En apenas unos años las
condiciones de vida han empeorado hasta el punto que ya sabemos que vivimos y
viviremos peor que nuestros padres y madres. Nos tratan como mercancías en un
mercado laboral cada vez más desregulado, con nuestras vidas cada vez más a la
intemperie. Avanza la precariedad, se asientan las privatizaciones y los
recortes de servicios públicos, se machacan impunemente derechos básicos.
Hemos pasado de escandalizarnos
por ser mileuristas a alegrarnos de lograr un trabajo de 700€ en jornadas
laborales de hasta 40 horas. La alternativa es el paro: seguimos en tasas
escandalosas del 20%, casi la mitad de larga duración (más de dos años). Los
sueldos que se han expandido en esta crisis impiden una vida digna y poder
pagar gastos básicos, luz, agua o gas, por no hablar del ocio y la cultura.
El número de trabajadores pobres se sitúa ya en el 15%, y
subiendo. Más de 1,5 millones de hogares carecen de cualquier tipo de ingreso,
más de 4 millones de personas están desempleadas y la pobreza infantil, la más
injusta y crucial para la persistencia de las desigualdades, asciende al 30%.
Cifras terribles tras la que hay millones de vidas acosadas. Para la mayoría de nosotras un proyecto de vida emancipada y libre se hace difícil, sino imposible.
Esta situación tiene culpables, nombres y apellidos que
engrasan el molino destructor de la precariedad. Si queremos liberarnos, es
imprescindible identificarlos y ahondar en las causas profundas de la
injusticia.
Mientras las grandes empresas y sus propietarios ingresan
miles de millones de euros, nosotras no llegamos a fin de mes. Mientras el
gobierno y sus cómplices recortan los servicios públicos, nosotras cuidamos a
nuestros hijos e hijas, a nuestros mayores, en horarios imposibles.
Mientras
los partidos que representan los intereses de las élites económicas hacen leyes
para los más ricos, nosotras debemos acortar las horas de calefacción o sufrir
listas de espera interminables para ser atendidas en un hospital público.
Pero esta situación tiene alternativa. No somos mercancías
en manos de políticos y banqueros, se gritaba desde las plazas hace no tanto.
Este país genera recursos económicos para atender las necesidades de todos y
todas. Por eso debemos hacer de nuestra indignación una herramienta para
cambiar la realidad del país. Pelear por nuestros derechos y conquistar nuestra
felicidad.
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